jueves, 9 de julio de 2009

Rubén Darío



Quizás se trate de mi humor de anciano, el punto es que cada que veo este poema vomito unas cuantas carcajadas. Cuando mi madre lo leyó se sorprendió de lo que ella llamo “mi crueldad” . Este poema de encuentra dentro de “Azul” del nicaragüense Rubén Darío cuyo verdadero nombre es Félix Rubén García Sarmiento.

 Y dijo la paloma:

—Yo soy feliz. Bajo el inmenso cielo,

en el árbol en flor, junto a la poma

llena de miel, junto al retoño suave

y húmedo por las gotas de rocío,
 
      tengo mi hogar. Y vuelo
   
    con mis anhelos de ave,

        del amado árbol mío
 
      hasta el bosque lejano,
 
      cuando, al himno jocundo
 
      del despertar de Oriente,
sale el alba desnuda, y muestra al mundo
el pudor de la luz sobre su frente.
     
  Mi ala es blanca y sedosa;
   
    la luz la dora y baña,
   
     y céfiro la peina;

son mis pies como pétalos de rosa.
 
       Yo soy la dulce reina

que arrulla a su palomo en la montaña.

En el fondo del bosque pintoresco

está el alerce en que formé mi nido;

y tengo allí, bajo el follaje fresco,

un polluelo sin par, recién nacido. 
   
    Soy la promesa alada,
     
   el juramento vivo;
soy quien lleva el recuerdo de la amada

para el enamorado pensativo;
   
    yo soy la mensajera

de los tristes y ardientes soñadores,

que va a revolotear diciendo amores
junto a una perfumada cabellera.
   
    Soy el lirio del viento.

Bajo el azul del hondo firmamento

muestro de mi tesoro bello y rico
 
       las preseas y galas:
     
   el arrullo en el pico,
     
  la caricia en las alas.

Yo despierto a los pájaros parleros

y entonan sus melódicos cantares;

me poso en los floridos limoneros

y derramo una lluvia de azahares.

Yo soy toda inocente, toda pura.

Yo me esponjo en las alas del deseo,

y me estremezco en la íntima ternura

de un roce, de un rumor, de un aleteo.

¡Oh inmenso azul! Yo te amo.  Porque a Flora

das la lluvia y el sol siempre encendido:

porque siendo el palacio de la aurora,

también eres el techo de mi nido.
   
     ¡Oh, inmenso azul! Yo adoro
   
     tus celajes risueños,
y esa niebla sutil de polvo de oro
donde van los perfumes y los sueños.

Amo los velos, tenues, vagorosos,
   
     de las flotantes brumas,

donde tiendo a los aires cariñosos

el sedeño abanico de mis plumas.

¡Soy feliz! Porque es mía la floresta,

donde el misterio de los nidos se halla;
       
 porque el alba es mi fiesta

y el amor mi ejercicio y mi batalla.

¡Feliz, porque de dulces ansias llena
calentar mis polluelos es mi orgullo;

porque en las selvas vírgenes resuena
la música celeste de mi arrullo;
porque no hay una rosa que no me ame,

ni un pájaro gentil que no me escuche,

ni garrido cantor que no me llame.
—¿Si?—dijo entonces un gavilán infame,
y con furor se la metió en el buche.
Entonces el buen Dios,
 allá en su trono

(mientras Satán, para distraer su encono
aplaudía aquel pájaro zahareño),

se puso a meditar. Arrugó el ceño,

y pensó, al recordar sus vastos planes,

y recorrer sus puntos y sus comas,
   
     que cuando creó palomas
no debía haber creado gavilanes.


Creo que necesito las risas que me causa este poema.

Un pleito
A todas esas finísimas personas que cuentan con la gloria de llevar el  honorable título de los próximamente mencionados.




Con esto conocí a Rubén Darío. Mi padre, en un día en el que su amor por los abogados se estaba desbordando de su corazón, me habló de él.

Diz que dos gatos de Angora

en un mesón se metieron,

del cual sustraer pudieron

un rico queso de bola.

Como equitativamente

no lo pudieron partir,

acordaron recurrir

a un mono muy competente.

“Aquí tenéis -dijo el gato

cuando ante el mono se vio-

lo que este compadre y yo

hemos robado hace un rato;

y pues de los dos ladrones

es el robo, parte el queso

en mitades de igual peso

e idénticas proporciones”.
Aquel mono inteligente

observa el queso de bola,

mientras menea la cola

muy filosóficamente.

-”Voy a dividir el queso

y, por hacerlo mejor,

rectificaré el error,

si hubiere, con este peso”.

Por ni suscitar agravios,

saca el mono una balanza,

mientras con dulce esperanza

se lame el gato los labios.

Valiéndose de un cuchillo,

la bola el mono partió,

y en seguida colocó

un trozo en cada platillo;

pero no estuvo acertado

al hacer las particiones,

y otras dos oscilaciones,

se inclinó el peso hacia un
lado.

Para conseguir mejor

la proporción que buscaba

en los trozos que pesaba,

le dio un mordisco al mayor;

Pero como fue el bocado
mayor
que la diferencia
que había,
en la otra experiencia

se vio el mismo resultado.

Y así, queriendo encontrar

la equidad que apetecía,

los dos trozos se comía

sin poderlos nivelar.

No se pudo contener
el gato,
 y prorrumpió así:

-”Yo no traje el queso aquí

para vértelo comer”.

Dice el otro con furor,

mientras la cola menea:

-”Dame una parte, ya sea

la mayor o la menor”.

El juez habla de este modo

a los pobres litigantes:

-”Hijos, la justicia es antes

que nosotros y que todo”.

Y otra vez vuelve a pesar,

y otra vez vuelve a morder,

los gatos a padecer

y la balanza a oscilar.

Y cuando del queso aquel

quedan tan pocos pedazos

que apenas mueven los brazos

de la balanza en el fiel,

el mono se guarda el queso

y a los gatos les responde:

-”Esto a mí me corresponde

por los gastos del proceso”.

Podríamos a llamar a Rubén Darío el nicaragüense más afrancesado. Él nunca salió se Nicaragua sino para ir a chile sin embargo disfrutaba de la lecturas de Hugo, de Zola, de Flaubert, de Baudelaire, de Lamartine . Como dijo Juan Valera, “todos estos poetas y novelistas fueron por el bien estudiados y mejor comprendidos. No imita él a ninguno: ni es romántico, ni neurótico, ni decadente, ni simbólico, ni parnasiano. Él lo ha revuelto todo: lo ha puesto a cocer en el alambique de su cerebro, y ha sacado de ello una rara quintaesencia.”
Es por eso que me gusta tanto y porque su obra constituye el cierre literario del siglo cuyos productos se han vuelto mis favoritos, el maravilloso siglo XIX.




"Aquel día un harapiento, por las trazas de un mendigo,tal vea un peregrino, quizás un poeta, llegó bajo la sombra de los altos álamo a la gran calle de los palacios. Sonrió, pero su faz tenía aire dantesco. Sacó de su bolsillo un pan moreno, comió y dio al viento su himno.
¡Cantemos el oro! 
Cantemos el oro, rey del mundo, que lleva dicha y luz por donde va, como los fragmentos de un sol despedazado. Cantemos el oro porque da la vida y hace engordar los tocinos privilegiados. Cantemos el oro, purificado por el fuego, como el hombre por el sufrimiento; mordido por la lima, como el hombre por la necesidad; realzado por el estuche de seda, como el hombre por el palacio de mármol.  ¡Eh!, miserables beodos, pobres de solemnidad, prostitutas, mendigos ,rateros, bandidos, pordioseros peregrinos y vosotros los holgazanes y, sobre todo, vosotros los poetas!
¡Unamonos a los felices, a los semidioses de la tierra!
¡Cantemos el oro!
Y el eco se llevó aquel himno, mezcla de gemido, ditirambo y carcajada, y como oscura y fría ya había entrado, el eco resonaba en las tinieblas.  Y aquella especie de harapiento, por las trazas de un poeta, se marchó por la terrible sombra, rezongando entre dientes."
[Fragmentos de La canción del oro]                                                                                                                        



3 comentarios:

Christian O. Grimaldo dijo...

Prestame tu libro de azul!!! º.º

Quiero vomitar contigo

David Rodríguez Cabezas dijo...

El primer pro-emético no farmacológico que existe. No te creas, me gusto mucho, lo que escribiste Alina-valina

José Carlos dijo...

Vaya poemas más graciosos nos trajiste Alina; el primero nos muestra la "perfección" de Dios, donde las maravillas y belleza de una paloma es contrarrestrada con la fiereza del gavilan.

Y por otro parte, la astucia del mono sobre la pasividad de los gatos (¡¡¡zooooooqueeeeeeeeteeeeeeeessssssssssss!!!)

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