miércoles, 8 de julio de 2009

Víctor Hugo y Maximiliano



Estas cartas fueron redactadas desde la mismísima pluma del Maestro (o si quieren llamarlo Dios, como lo hizo Rubén Darío, está perfecto) Víctor Hugo. Una fue dirigida a los soldados que confrontaron al ejercito Francés durante la invasión (1862-1867) y la otra fue dirigida cuando el insigne poeta estaba en el exilio con la intención de obtener el perdón de la vida de Maximiliano de Habsburgo.


Hombres de Puebla.

Tenéis razón al creerme con vosotros.
No es Francia quien os hace la guerra, es el imperio. Ciertamente estoy con vosotros. Estamos en pie contra el imperio: vosotros de vuestro lado, yo en el mío; vosotros en vuestra patria, yo en el exilio.
Combatid, luchad, sed terribles y, si creéis que mi nombre os sirve de algo, utilizadlo.
Apuntad a la cabeza de ese hombre y que la libertad sea el proyectil.
Existen dos banderas tricolores, la bandera tricolor de la república y la bandera tricolor del imperio; no es la primera la que se levanta contra ustedes, es la segunda.
Sobre la primera se lee:
Libertad, Igualdad, Fraternidad.
Sobre la segunda se lee: Toulon. 18 de brumario. -2 de diciembre. Toulon..
Escucho el grito que vosotros me lanzáis; me gustaría introducirme entre nuestros soldados y vosotros, pero ¿quién soy yo? Una sombrea. ¡Ay! Nuestros soldados no son culpables de esta guerra; la sufren como vosotros la sufrís y están condenados al horror de llevarla a cabo, detestándola. La ley de la Historia es condenar a los generales y absolver a los ejércitos. Los ejércitos son glorias ciegas; son fuerzas a las que se despoja la conciencia; la opresión de los pueblos que un ejército cumple comienza por su propia esclavitud;  esos invasores están encadenados; el primer esclavo que hace un soldado es él mismo. Después de un 18 de brumario o de un 2 de diciembre un ejército no es más que el ejercito de una nación.
Hombres valientes de México, resistid.
La república está con vosotros y deposita sobre vuestras cabezas tanto la bandera de Francia, en la que está el arco iris, como la bandera de América, en la que están las estrellas (No se debe malinterpretar la mención de las estrellas; Víctor Hugo luchó también del lado de quienes buscaban que Estados Unidos no fuera un poder despótico).
Esperad, Vuestra heroica resistencia se apodera ya en el derecho que tiene de su lado esta gran certeza: la justicia.
El atentado contra la República mexicana continúa el atentado contra la República francesa. Una emboscada completa la otra. El imperio fracasará, espero, en su tentativa infame y vosotros triunfaréis. Pero, de cualquier manera, seáis vencedores o vencidos, nuestra Francia seguirá siendo vuestra hermana, hermana de vuestra gloria como de vuestra desgracia y, en cuanto a mí, ya que habéis apelado a mi nombre, os lo repito, estoy con vosotros, y os entrego, vencedores, mi fraternidad de ciudadano; vencidos, mi fraternidad de proscrito.

Víctor Hugo
1862

No pude evitar recordar a el ilustre Pito Pérez. “Libertad, igualdad, Fraternidad. ¡Que farsa más ridícula! A la libertad la asesinan todos los que ejercen algún mando, la igualdad la destruyen con el dinero, y la fraternidad muere a manos de nuestro despiadado egoísmo”.

Al presidente de la República mexicana

Juárez, vos habéis igualado a John Brown.
La América actual tiene dos héroes, John Brown y vos. John Brown, por quien ha muerto la esclavitud; vos por quien ha vencido la libertad.
México se ha salvado por un principio y por un hombre. El principio es la República: el hombre sois vos.
En definitiva, la suerte de todos los atentados monárquicos es acabar en el aborto. Toda usurpación comienza por Puebla y termina en Querétaro.
Europa, en 1863, se arrojó sobre América. Dos monarquías atacaron vuestra democracia; una con un príncipe, con un ejército la otra; el ejército llevaba al príncipe. Así, el mundo ha visto este espectáculo: de un lado, un ejército, el más aguerrido de los ejércitos de Europa, que tiene como punto de apoyo una armada tan poderosa en el mar como en la tierra; que cuenta para avituallarse con todas las finazas de Francia; reclutado sin cesar; bien comandado; victorioso en África, en Crímea, en Italia, en China; valientemente fanático de su bandera; poseedor. en abundancia, de caballeros, artillería, provisiones, municiones formidables. Del otro lado, Juárez.
De un lado, dos imperios; del otro, un hombre.
Un hombre con un puñado de otros. Un hombre perseguido de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, de selva en selva; en la mira de la infame descarga de fruslería de los consejos de guerra; acosado, errante, expulsado hacia las cavernas como una bestia feroz, orillado al desierto, con precio puesto por su cabeza.
Por generales, algunos desesperados; por soldados, algunos andrajosos. Sin dinero, sin pan, sin pólvora, sin cañones .Con los matorrales por ciudadela. Aquí la usurpación, con el casco sobre la cabeza y la espada imperial en la mano, saludada por los obispos, precedida y seguida por todas las legiones de su fuerza. El derecho, sólo y desnudo. Vos, el derecho, habéis aceptado el combate.
La batalla de Uno contra Todos ha durado cinco años. A falta de hombres vos habéis tomado por proyectiles las osas. El clima, terrible, os ha socorrido; habéis tenido por auxiliar a vuestro sol. Habéis tenido por defensores a los lagos infranqueables, los torrentes llenos de caimanes, las marismas llenas de fiebre, la vegetación mórbida, el vómito prieto de las tierras calientes, las soledades de sal, las vastas arenas sin agua y sin hierba donde los caballos mueren de sed y de hambre, la gran planicie severa del Anáhuac que se protege con su desnudez como Castilla, los abismos, siempre agitados por los temblores de los volcanes, desde el de Colima hasta el Nevado de Toluca, vos habéis llamado en vuestra ayuda a vuestra barreras naturales, la aspereza de las cordilleras, los altos diques basálticos, los colosales peñones de pórfido. Habéis librado una guerra de gigantes combatiendo a golpes de montañas.
Y un día después de cinco años de humo, de polvo y de enceguecimiento, la nube se ha disipado y se han visto los dos imperios por tierra: no más monarquía, no más ejército, nada salvo la enormidad de la usurpación en ruinas y, sobre este derrumbamiento, un hombre en pie, Juárez, y al lado de este hombre, la libertad.
Vos habéis hecho todo esto. Juárez, y es grande; pero lo que os resta por hacer es más grande todavía. 
Escuchad, ciudadano Presidente de la República Mexicana: 
Acabáis de abatir las Monarquías con la democracia. Les habéis demostrado su poder, ahora mostrad su belleza. Después del rayo  mostrad la aurora. Al cesarismo que masacra, oponed la República que deja vivir. A las Monarquías que usurpan y exterminan, oponed  al pueblo que reina y se modera. A los bárbaros, mostrad la civilización. A los déspotas, mostrad los principios. Dad a los Reyes frente al pueblo, la humillación del deslumbramiento.
Acabadlos con la piedad.
Protegiendo al enemigo se afirman los principios. La grandeza de los principios consiste en ignorar al enemigo. Los hombres no tienen  nombre , frente a los principios; los hombres son el Hombre. Los principios no conocen más allá de sí mismos. El hombre en su  estupidez augusta no sabe más que esto: la vida humana es inviolable.. 
OH venerable imparcialidad de la verdad! 
¡Qué bello es el derecho sin discernimiento, ocupado sólo en ser el derecho! 
Precisamente delante de los que han merecido legalmente la muerte; es donde debe abjurarse de las vías de hecho. La grandiosa  destrucción del cadalso debe hacerse delante de los culpables. 
Precisamente delante de los que han merecido legalmente la muerte; es donde debe abjurarse de las vías de hecho. La grandiosa  destrucción del cadalso debe hacerse delante de los culpables. 
Que el violador de los principios sea salvaguardado por un principio. Que tenga esta dicha y esta vergüenza. Que el perseguidor del  derecho sea protegido por el derecho. Despojándolo .de la falsa inviolabilidad, la inviolabilidad real. lo ponéis delante de la verdadera  inviolabilidad humana. Que se quede asombrado al ver que el lado por el cual es sagrado, es precisamente aquel por el cual no es  Emperador. Que este Príncipe que no sabia que era un hombre, sepa que hay en él una miseria, el Rey; y una Majestad, ser hombre.                                                            Jamás se os ha presentado una ocasión más relevante. ¿Osarían golpear Berezowski en presencia de Maximiliano sano y salvo? Uno ha  querido matar a un Rey; el otro ha querido matar a una Nación.  Juárez, haced que la civilización dé este paso inmenso. Juárez, abolid sobre toda la tierra la Pena de muerte.  Que el mundo vea esta cosa prodigiosa: la República tiene en su poder a su asesino, un Emperador; en el momento de aniquilado,  descubre que es un hombre, lo deja en libertad y le dice: Eres del pueblo como los otros. ¡Vete!. Esta será, Juárez, vuestra segunda victoria. La primera, vencer la usurpación, es soberbia. La segunda, perdonar al usurpador será  sublime. ¡Sí. a estos Príncipes, cuyas prisiones están repletas; cuyos patíbulos están corroídos de asesinatos; a esos Príncipes de cadalsos, de  exilios, de presidios, y de Siberias; a esos que tienen Polonia, a esos que tienen Irlanda, a los que tienen La Habana, a los que tienen a  Creta; a estos Príncipes a quienes obedecen los jueces, a estos jueces a quienes obedecen los verdugos, a esos verdugos obedecidos por  la muerte, a esos Emperadores que tan fácilmente cortan la cabeza de un hombre, mostradles cómo se perdona la cabeza de un  Emperador!                                                                                               
Sobre todos los códigos monárquicos de donde manan las gotas de sangre, abrid la ley de la luz y, en medio de la más santa página del  libro supremo, que se vea el dedo de la República señalando esta orden de Dios: Tu ya no matarás. Estas cuatro palabras son el deber.                                                                                
Vos cumpliréis el deber.  ¡El usurpador será salvado y el libertador ¡Ay!, no pudo serlo! Hace ocho años, el 2 de diciembre de 1859, sin más derecho que el que  tiene cualquiera hombre, he tomado la palabra en nombre de la democracia y he pedido a los Estados Unidos la vida de John Brown.  No la obtuve. Hoy pido a México la vida de Maximiliano. ¿La obtendré?  Sí y quizá, a esta hora esté ya concedida. Maximiliano deberá la vida a Juárez. 
¿Y el castigo?, preguntarán.                                                                                                                                                                              El castigo, helo aquí:                                                                                                                                                                      Maximiliano. vivirá "por la gracia de la República" . 
Hauteville House. 20 de junio de 1867 
 Naturalmente, Juárez se pasó esta carta por su rostro de mármol y el 19 se junio de 1867, a los 34 años, Maximiliano fue fusilado en el cerro de las campanas. No sé que piensen ustedes,  Mi padre al leer esta carta comenzó a lanzar improperios a  la inviolable gloria de Víctor Hugo. Ésto se debe a que desde hace muchos años él se volvió un acérrimo enemigo de la memoria de Juárez, incluso cuando acaeció un típico festival del 21 de marzo en el tercer año de primaria y mi prestigiosa agilidad se ganó el honor de interpretar el papel de la abuela de Juárez  mi padre comenzó a despotricar finísimos insultos que sólo sus bigotes pueden vomitar sobre el vanagloriado Benemérito de las Américas.                        
Víctor Hugo era un apasionado romántico, considerado por muchos críticos el escritor más versátil del romanticismo. (Qué suerte que no se le subió el romanticismo como a Lord Byron quien abandono su natal Bretaña para terminar muerto  en la lucha por la independencia de Grecia!). Como lo destilan esas dos cartas, Hugo llevaba la república en los párpados, fue exiliado en Bruselas durante diecinueve años por sus ideas revolucionarias.


Exiliados de todo lo que nuestro civilizado y próspero mundo ofrece y retiene para unos cuantos que no lo compartirán jamás.
Exiliados de futuro los niños que sufren toda suerte de violencias.
Exiliados de si mismos los ajenos a su propia mente.
Exiliados de voluntad los millones que por cualquier esclavitud viven ferozmente desgarrados.
Exiliados de dios, silencio incomprensible.
Exiliados de la esperanza los pragmatismos a los cuales el desaliento robó la capacidad de mirar desde las estrellas.
Exiliados de la armonía, rota la esfera primaria, la burbuja, los hijos y los padres.
Exiliados del perdón el posmoderno Narciso.
Los exilios, vestiduras del mal.

Mauricio López Noriega.

*Este hombre fue quien realizó la presentación, traducción y las notas del libro del que obtuve estas cartas.

3 comentarios:

Christian O. Grimaldo dijo...

"Tu ya no matarás. Estas cuatro palabras son el deber."

Hay muchas formas de matar, y el deber para muchos es seguir matando. ¿Que diría Victor Hugo si viviera con nosotros ahora? que diría viendo las masacres diarias del intelecto humano, de la transformación de Juárez el reformador en un beato nacional con la aureola bajo el peinado relamido...

El respeto al derecho a ajeno es la paz... y la congruencia no es un deber que sobrepase a un simbolo nacional.

Exiliado de si mismo según López Noriega... te odio Juárez, cargaré puros billetes de 50 pa' rriba de hoy en adelante

P. Karina Quevedo M. dijo...

Felicitaciones por tu semana, en lo personal, me ha estado dejando mucho aprendizaje.

José Carlos dijo...

Sumamente interesantes las dos lecturas que nos presentaste Alina; seguid así.

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