jueves, 17 de diciembre de 2009

Juul


Sé que este cuentito estaba prohibido por la SEP porque Atzimba ( mi maestra y coordinadora de la sala de lectura Rius) nos dijo. Ella tiene una edición muy bonita, con ilustraciones y todo, pero cuesta casi 400 pesos. 

La Universidad Autónoma de Querétaro, a través de la Facultad de Psicología Infantil,  ha presentado en varios foros la exposición y narración de este libro, en el Centro Educativo y Cultural Manuel Gómez Morín y La Casa del Faldón, en Querétaro; en la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil (FILIJ) de la ciudad de México; en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Autónoma de Querétaro  y en la Segunda Feria Internacional de Lectura 2008.


Juul tenía rizos.

Rizos rojos.

Hilo de cobre.

Eso gritaban los otros: “¡Hilo de cobre!

¡Tienes mierda en el pelo!

¡Caca roja!

Por eso, juul cogió las tijeras.

Rizo a rizo, se los cortó

 

Juul tenía la cabeza pelada.

“¡Bola de billar. Canica. Huevo!” le gritaban los otros.

Por eso Juul se puso un gorro.

El gorro se apoyaba en las orejas, que sobresalían.

Y los niños gritaban:

“¡Orejas de soplillo! ¡Dumbo! ¡Abanícalas! ¡Échate a volar!”

A Juul le gustaría volar, volar muy lejos y no volver nunca.

De dos fuertes y rabiosos tirones, Juul se arrancó las orejas.

El gorro cayó tapándole los ojos.

No tenía orejas donde apoyarse.

Por eso, no veía nada.

Juul se chocaba con todo.

Contra amigos, contra paredes, contra mesas,

contra armarios, contra postes.

Veía estrellitas y la cabeza le daba vueltas.

Juul abría los ojos como platos para no caerse y parpadeaba.

“¡Mira, mira, Juul bizquea!” gritaban todos los niños.

“¡Bizco! ¡Bizco!”

Y Juul cerró fuerte los ojos.

No quería ver nada más. Nunca más.

Con sus pulgares, se apretó los ojos hasta sacarlos de sus cuencas.

Cayeron al suelo como canicas calientes.

Pero no botaron.

Dolía mucho, muchísimo.

Tanto que Juul comenzó a tartamudear.

Se perdía en balbuceos.

Y los niños gritaban: “¡Ja, ja, Tartamudo! ¡tar tu tartaja!”

Por eso Juul introdujo su lengua

en el enchufe de la luz.

La mitad de su boca

estaba quemada.

Su lengua… desapareció.

Juul se tambaleaba de dolor.

Iba sin rumbo de un lado a otro.

Parecía como si sus piernas le fallaran.

“¡Patas torcidas! ¡Juul tiene las patas torcidas!”

gritaban todos a coro.

“¡Patizambo! ¡Desgraciado!”

Y Juul se fue derecho a las vías.

Puso las piernas en los raíles.

Pasó un tren.

El tren dejó en los raíles un largo rastro rojo.

 

Alguien encontró a Juul en el terraplén.

Alguién sentó a Juul en una silla de ruedas.

Y los niños gritaron:

“Mira, ¡allí va Juul! ¡Juul sin piernas!

¡Juul silla de ruedas!”

Él empujaba y empujaba las ruedas para escapar rápido.

Pero los niños consiguieron alcanzarlo,

untaron de porquería las ruedas de su silla.

Allí donde Juul tenía que agarrar para avanzar.

Para poder escapar.

De rabia, juul metió sus manos en agua hirviendo

para tenerlas siempre y para siempre limpias.

Sus manos se quemaron.

Se llenaron de heridas y ampollas,

que se reventaban y supuraban.

Juul se había quemado tanto

que sus manos fueron amputadas.

así lo ordenó el doctor.

“¡Mira!” gritaban los otros, “¡Juul tiene brazos de salchicha!.

¡Juul salchicha!” gritaban todos.

entonces Juul se hizo llevar al zoo.

Allí metió uno de sus brazos entre los barrotes de la jaula de los leones.

El león, de un enorme bocado, arrancó el brazo de Juul.

El otro brazo, Juul lo metió entre las puertas del ascensor.

No sintió nada cuando su brazo quedó atrapado en el primero piso.

Juul sólo tenía su torso y los niños gritaban:

“¡qué pena de torso!”

“si no lo tuviera, podríamos jugar al fútbol con su cabeza”.

entre todos, tiraron de Juul hasta que su cabeza se separó del torso.

Pero era difícil jugar al fútbol con la cabeza de Juul.

No botaba bien.

Era posible lanzarla, pero chutar resultaba difícil.

Incluso se falló un penalty.

Antes de que hubiera podido meter un gol con Juul,

los niños dejaron de jugar al fútbol.

Abandonaron a Juul en el punto de penalty.

Entonces llegó Nora.

Hizo rodar a Juul hasta su cochecito de muñecas.

Lo metió en él y se lo llevó a su casa.

Lo lavó.

Lo acarició y le dijo cosas bonitas.

Nora puso a Juul en la silla de la muñeca.

Después de mirarlo un largo rato le preguntó:

“¿qué es lo que te ha pasado?”

Nora cogió un lápiz y se lo puso a Juul en la boca.

Le dio una hoja de papel.

Entonces juul comenzó a escribir…

yo tenía rizos…

rizos rojos.

Hilo de cobre.

Eso gritaban los otros:

“¡hilo de cobre!

¡tienes mierda en el pelo!

¡caca roja!”

por eso cogí las tijeras.

rizo a rizo, me los corté…

Gregie de Maeyer 


5 comentarios:

浮雲 dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
浮雲 dijo...

Admito que soy culpable de no ser ávido lector cuentista, a la vez me resulta perturbador este cuento pero está buenísimo, saludos.

Christian O. Grimaldo dijo...

Debo decir que cuando comenzó el cuento me preguntaba "por que lo prohibiría la SEP?" pero ahora lo comprendo.

Es genial! y la SEP prohibe lo genial jajaja, me recordó un poco al de Lilus Kikus de Poniatowska

Gina O. dijo...

=O este cuento me provocó mínimo cuatro emociones distintas, me atrapó!

Muy buena entrada Alina =)

Unknown dijo...

En lo personal me parece más perturbador un programa de revista del canal 2 XD.
Si me hayan dado a leer este cuento en la primaria me habrían ahorrado aprender la moraleja de la forma difícil. Se los imprimiré a mis sobrinos... gracias Alina.

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